Hoy no tengo ganas. Y eso también cuenta.
Hoy me desperté con el mundo en contra.
No hay crisis, no hay drama. Solo no tengo ganas.
La cama pesa más, el celular me aburre, el café no me da ni el placebo de productividad. Y aun así, aquí estoy, escribiendo esto. No por inspiración. Por rutina.
Y mientras miraba el cursor parpadear, pensé:
¿cuántos negocios se han sostenido solo por la necedad de alguien que no tenía ganas, pero igual le dio seguimiento a un correo, terminó un diseño, subió ese post que nadie comentó?
El mundo profesional está lleno de discursos épicos sobre pasión, propósito y flow.
Pero la verdad más incómoda es esta:
la disciplina es la única religión que convierte el vacío en resultados.
No siempre vas a tener claridad. Ni energía. Ni creatividad.
Y no pasa nada.
Porque no se trata de cómo te sientes, se trata de qué haces aunque no tengas ganas.
Los que logran cosas no son los que están motivados todo el tiempo.
Son los que han hecho de su trabajo un reflejo de su carácter, no de su estado de ánimo.
¿Y sabes qué es lo más cabrón?
Que esas acciones pequeñas, las que haces en modo zombie, las que odias un poco mientras las haces, son las que sostienen tu marca cuando nadie está mirando.
Tu audiencia no siempre lo nota.
Tu equipo tal vez ni se entera.
Pero tu negocio lo siente.
Hoy no tengo ganas.
Pero escribí.
¿Cuántas veces estás esperando sentirte listo... cuando lo que necesitas es actuar como si ya fueras quien quieres ser?
La disciplina no te hace más creativo.
Pero te mantiene en el juego el tiempo suficiente como para que la creatividad te vuelva a encontrar.
Y eso, en un mundo de aplausos fugaces, ya es una victoria.