Hay despedidas que se escriben solas. O mejor dicho, que se quedan en la garganta y te obligan a escribirlas aunque no quieras.
Mi abuela era de esas mujeres que no necesitan aplausos.
Con una mirada era suficiente para ordenar el caos de una familia enorme.
Nos hacía "ranitas" cuando éramos niños: tortillas de maíz con mantequilla, pellizcadas como si no hubiera mañana. Era su forma de decirnos que estábamos en casa.
Yo, como muchos nietos, crecí sabiendo que si había tortillas de harina recién hechas en la mesa, todo estaba bien.
Cuando mi abuelo partió, las tortillas dejaron de estar en la mesa.
Me acuerdo cómo nos recibía cuando llegábamos de Delicias, con los brazos abiertos y esa forma de hacernos sentir que todo volvía a estar en orden solo con su presencia.
Durante sus últimos meses, mi abuela repetía las mismas historias una y otra vez. Cada quince minutos, el mismo cuento, la misma anécdota, con la misma emoción. Al principio era desesperante, luego se volvió ritual, y al final, fue un recordatorio brutal: la memoria se va, pero el amor se queda.
Me contaba las cosas diez veces, sí. Pero también me daba la bendición diez veces. Y yo se la devolvía, con la sospecha callada de que alguna sería la última.
Esa última llegó hace unos días. En su casa, en su cama, rodeada de todos.
Como quien cierra un libro después de leerlo muchas veces. Como quien sabe que ya dijo todo lo que tenía que decir. Se fue en paz, y dejó en nosotros algo más difícil que el duelo: la misión de mantenernos unidos.
Se fue a reunirse con mi abuelo, con Grissi, con Cachas. Se fue contenta, completa, con la tarea cumplida.
Ya no preguntarás por Mau, ni se te saldrá una lágrima siempre que veas a Jeffer en video llamada. Ya no le llamarás a mi mamá para preguntarle si ya te llenó el pastillero, o si irá a jugar Rummy. Ya no te quejarás de que Cuquita no te quiere comprar una Coca en el OXXO.
Nos quedamos con el olor a tortillas, las fotos, las frases que repetías y la paciencia que a veces nos faltaba. Nos quedamos con la responsabilidad de seguirnos reuniendo sin excusas. No solo en Navidad, no solo en Año Nuevo. También un martes, o un jueves, con lo que haya en el refrigerador y no se si un "Rummy", pero por lo menos un "Sequence".
Gracias, abuela, por lo que hiciste. Y por lo que nos toca hacer ahora. Porque si algo entendí estos días, es que los pilares se mantienen aunque se hayan ido.
Salúdame a Chuchi.
¡Hasta pronto!